viernes, abril 29, 2005

Levinas y el otro como rostro


En el encuentro entre el sí mismo y el otro, veremos claudicar la mismidad del sujeto. El proyecto de hacerse a sí mismo, de su mismidad, no se constituye desde sí mismo, sino desde el encuentro con el otro.
Y el otro como rostro.
El otro como rostro hace alusión a su particularidad irrepetible, y por detrás, a su infinitud en cuanto demanda de ser escuchado. El encuentro con el otro nunca es el encuentro con un individuo aprehensible en su totalidad: no podemos reducirlo a una unidad de sentido: nos desborna, se nos escapa por todas partes.
Cada rostro, desde su finitud, desde su existencia concreta, presenta una demanda de comprensión y justicia: una demanda infinita. Si el otro correspondiera a esa demanda, se embaracaría en una labor infinita (la demanda es infinita hasta tal punto que amenaza con convertirnos en su rehen)
Como he dicho, la constitución de sí mismo, según Levinas, acontece en el encuentro con el otro, al verse impactado por la demanda de humanidad del otro. Y es que, de esa manera, nosotros nos reconocemos a nosotros mismos como seres finitos y rostros. Una vez que se ha producido el auto-reconocimiento, no podemos negar la demanda de justicia del otro: esa demanda de ser escuchado, sin embargo, te atraviesa, te supera, te trasciende: nuestra mismidad queda rota: es una mismidad atravesada por la diferencia, por la alteridad.

Nota: No son palabras textuales de Levinas, y desde luego no lo son mías (ojalá), más podría decirse que lo son de mi profesor, Saéz Rueda, inspiradas, eso sí, en Levinas, y retocadas, eso sí, por mí para que resulten más comprensibles.